SOL SIN LUNA

Solo en el salón de una casa que empieza a parecerme enorme, cierro los ojos pues prefiero no ver lo que un destino sin alma ha querido para mi.
El ruido producido por las aspas de un ventilador ajeno a mi pena es lo único que me recuerda que aún sigo vivo, pues mi corazón dejó de latir tiempo ha y mi alma, repleta ya de remiendos, ha decidido que era mejor abandonarme que seguir sufriendo el sinfín de situaciones de las que ya estaba cansada. El hastío ha comenzado a deborarme por dentro cual tremenda plaga que carcome poco a poco la única esperanza e ilusiones que desde hacía mucho tiempo no albergaba en mí y que una vez más veia desvanecerse como lo hace una hoja marchitada en el otoño que arrastrada por el viento se pierde allende los mares, donde no alcanza la vista.
Si, es cierto, he sido abatido, destronado de un reino que jamás hube poseido, derrotado en una batalla que nunca quise combatir; mas no puedo sino rendirme a la evidencia y entender que soy como el sol sin luna, como el mar sin agua, como príncipe sin princesa, si es que alguna vez merecí tal consideración.
Y es ahora, cuando ya el calor parece adherirse a mi piel, cuando me doy verdadera cuenta de que aún me queda un poco de vida que no sé si quiero vivirla junto a este alma dolorida que no hace más que suplicar clemencia.
Acurrucado en el sofá, abrazo mis sueños reencarnados de forma ilógica en un cojín que ha visto mejores épocas; mi mirada, perdida, buscando un punto inexistente en un salón que, por esta vez, me parece inmenso.
Mis ojos brillan y por mis mejillas resbalan, tímidas, las lágrimas que se forjaron en un alma ya roída que sólo con petachos de un amor imposible podría renacer de sus cenizas.
Saboreo, una a una, esas gotas saladas que amargan aún más mi momento. Empiezan a ser ya visibles los surcos que parecen erosionar mi piel, dejando a cada lado los sedimentos de los vestigios de un corazón tan abatido que sólo por inercia parece latir.
La apatía va lentamente desgastando aquellas fuerzas que con tanto esfuerzo había conseguido recaudar; pero no es sino el ánima apagada, la sonrisa marchita, el agotamiento de pensar que nunca nada irá bien lo que arranca ahogados quejidos que al alba serán sollozos y a la noche llanto.
Sin embargo, no es tan fuerte el dolor que me atenaza, pues un solo abrazo podría calmarlo, el mismo abrazo que, al ser rechazado, colmó de angustia mi aliento, torció mi gesto y tornó mi risa en lamento.
Mis párpados comienzan a pesarme de tal forma que no puedo evitar que se cierren...

0 comentarios: