MANCILLADA

Se ha desprendido una a una de sus prendas, dejando paso a un disimulo con el que tapar su pudor. Las persianas, bajadas, como quisieran estarlo sus párpados, eternamente cerrados para no ver más la luz del día. Entra en la ducha y se repugna; desearía no tener manos para jamás volver a tocar un cuerpo que detesta. Se enjabona con esmero el cuerpo, una y otra vez, compulsivamente, siente asco de sí misma y sus lágrimas no son más que el reflejo de su impotencia. No contenta con la esponja, frota con un estropajo su desnudez, pues es mucha la mugre acumulada, mas no está sucia por fuera, sino cree estarlo por dentro y se castiga por ello. Se siente sucia y culpable y tal es su afán que de su piel comienza a brotar sangre, como briznas de su alma hecha pedazos. Se sienta agazapada en una bañera fría que en ese momento le parece su único mundo. Abraza su cuerpo protegiéndose de sus propios temores y su llanto se transforma en violentos gritos de desesperación que sin embargo no consiguen evitar los temblores que le invaden. Quiere desaparecer de la faz de la tierra pues considera que no es merecedora de tal regalo, todo porque alguien no supo aceptar un no por respuesta, por culpa de aquel cuyo cerebro se limita a lo que cuelga entre sus piernas y que se creyó con derecho a mancillar un cuerpo que jamás le perteneció. Y ahora, mientras él disfruta de una libertad vigilada que apenas durará unos años, ella vive encarcelada tras los barrotes de su propio cuerpo, creyéndose merecedora de tal humillación, con el alma destrozada.

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