El debate de lo absurdo

Hay veces que tengo verdadero pánico a encender la televisión; no es que haya programación basura, es que, sin más, no hay programación. Primero, los programas sensacionalistas, que copan casi toda la parrilla y, que no deja de ser denigrante el hecho de hablar de la vida privada de los demás con la bandera de poder saltarse la ley cuando a ellos les venga en gana. Está prohibido hacer fotos en una playa, pues es violación de la intimidad; si te pillan con fotos que van más allá del mero paisajismo te requisan la cámara y destruyen el carrete, pero parece ser que los paparazzis están por encima de esas cosas y, claro está, no es lo mismo fotografiar a una desconocida que a una famosa, que debe ser que tiene la obligación de dejarse tomar instantáneas en paños menores. Pero todo esto pertenece a otro tema del que creo que ya ni merece la pena entretenerse en encontrar la más mínima racionalidad.
Hoy el tema que me ocupa es el del auténtico boom que están teniendo los debates, si es que se pueden llamar así. Cada vez hay más programas de debate e, incluso, programas que sin serlo se envuelven en alguno. Y, cómo no, dichos debates girar en torno a multitud de los llamados “colaboradores”, que muchas veces son tan cerrados de ideas que más que debatir pretenden imponer al telespectador sus propios criterios.
No digo que no sea bueno este tipo de espacios, pero no el convertir todo en lo mismo; hoy, en el sorteo de la Lotería de Navidad, en determinada cadena, las imágenes del sorteo se han visto bien poco, por no decir nada; se le dio más importancia al debate tonto y a las mismas historias que, año tras año nos cuentan los tertulianos sobre sus amigos, sus conocidos, sus familiares; sinceramente, ya cansa que desinformen más de lo que informan. Tanto es así que acabaron confundiendo los premios; si es que no se puede estar en misa y repicando…